LA
MINA DE ORO ROMANA DE LUDEIRO EN RIBELA (COLES).
Esta mina destaca por su discreto
tamaño, que la hecho pasar desapercibida entre la maleza aunque hoy es un lugar
fácilmente visitable ya que alberga en su interior una zona de interés natural,
adaptada para el paseo mediante caminos que recorren el espacio y que permiten
ver de forma sencilla como se organizaba el espacio minero.
Situado
sobre el embarcadero del “Club Náutico de Ribela”, hay un promontorio delimitado
por un antiguo meandro abandonado por el río Miño. La pequeña elevación que acogía
antaño los restos de antiguas terrazas fluviales, hoy meramente testimoniales a
causa de la actividad minera de la época romana.
En los años sesenta del pasado siglo,
antes de construirse el embalse de Velle, la superficie del río Miño se
encontraba en esta zona a unos 105 metros de altitud, por lo que la terraza se
situaba entre unos 25 y 40 metros sobre la superficie del agua y 200 metros al
norte del cauce. La construcción del embalse cambió de forma notable esta ubicación
relativa, acercando la masa de agua a la elevación que contiene la mina y
rebajando su altura con respecto a la tabla de agua.
Las antiguas terrazas fluviales proceden
de los restos de viejos cauces que eran abandonados a medida que se encajaba el
río que las originaba. Los materiales en los que se encuentra el yacimiento de
Ribela están en terrazas fluviales formadas por cantos, gravas, arenas, limos y
arcillas de edad holocena, inferior a 12.000 años.
En el caso de esta mina los límites de la terraza se determinan con bastante
exactitud, a pesar de que la actividad minera la ha modificado hasta casi hacerla
desaparecer, salvo en la zona sureste donde se encuentra modificada en menor medida
e incluso, en algunos puntos es posible que se encuentre intacta. La presencia
de oro es estos sedimentos fluviales originados por el propio río se debe, como
es sabido, a la cantidad de oro que el río Sil (afluente aguas arriba del Miño)
traía en sus aguas. Esto se produce porque la corriente atraviesa zonas con
gran cantidad de oro en primario, es decir, presente en diques de cuarzo
intruidos en las pizarras y esquistos de la zona. Al erosionarse estos diques
el oro termina en la red fluvial, y al tratarse de un elemento inalterable y de
alta densidad va descendiendo por la red fluvial concentrándose en los
sedimentos fluviales (placeres).
Los depósitos sedimentarios de la
terraza se sitúan sobre un granito de dos micas de tamaño de grano medio (orientado
en algunos afloramientos) que es la litología del basamento presente en toda la
zona. Los cantos de la terraza son principalmente de cuarcita, mientras que la
mineralogía de las gravas es esencialmente cuarcita y cuarzo, siendo la de las
arenas, limos y arcillas de cuarzo feldespatos y fragmentos de roca. Los cantos
y las gravas son redondeados, aumentando su angulosidad al disminuir el tamaño
de grano, como es habitual en este tipo de sedimentos. Destaca la abundancia de
materia orgánica entre los sedimentos de la terraza y la ausencia de
carbonatos. Todos estos datos son los normales en una terraza reciente de un
río que transcurre por materiales silíceos.
En estos materiales se deposita el
oro, en una concentración diez veces mayor que en las rocas de las que procede.
Por esa causa las citadas terrazas han sido en época romana buscadas,
desmanteladas y, concretamente en el caso que nos ocupa, han desaparecido en
prácticamente toda su extensión, dejando a cambio como únicos testigos las
murias (acumulaciones) de cantos rodados de diverso tamaño producto de la
selección, ya en la propia mina, de los
materiales que más tarde se cribarían para procesar solamente las
tierras fértiles en minerales, lavándolas en las cercanas corrientes fluviales.
La estructura de este tipo de minas
secundarias es muy sencilla y característica, tratándose de grandes socavones
que van solapándose unos sobre otros separados por los montones de cantos
rodados que componen los estériles de la mina. Si recorremos la explotación
hacia cualquier lugar podemos observar cómo han desaparecido los depósitos
fluviales y el substrato rocoso aflora a la superficie a penas enmascarado por
la breve potencia de los materiales que la erosión ha depositado sobre él en
los escasos dos mil años que siguen al abandono de la mina.
Una observación detallada del entorno
nos muestra además como rodeando el promontorio de Ludeiro en el que se
encuentra la mina, se extiende una pequeña llanura formada por un antiguo
meandro seco que ha sido abandonado por el río Miño. Es este un espacio hoy muy
alterado por labores agrícolas, obras de nivelación y relleno, carreteras y
edificaciones que no permiten establecer si en ese punto se realizaron también
en época romana trabajos mineros para extraer el oro del cauce.
El sistema de trabajo en todos estos
yacimientos al aire libre parece haber sido extraordinariamente simple al
requerir solamente procesos elementales de excavación, selección de los
materiales más bastos o pesados (que en este caso al tratarse de cantos rodados
facilitan las labores de selección), cribado de las gravas y cantos menudos y,
finalmente, tratamiento de las arenas, limos y arcillas resultantes con el
concurso indispensable de agua al final del proceso. Este lavado final
consistiría en separar el oro que por su densidad se depositaría en el fondo de
los recipientes utilizados para el bateo, al ofrecer más resistencia al
arrastre que otros materiales más ligeros. Como en otros casos al tratarse de
explotaciones ubicadas en lugares elevados el aporte de agua tendría que
solucionarse mediante conducciones de cierta complejidad, aunque insistimos en
la poca cantidad de agua que precisarían estos trabajos, pues al contrario que
la técnica de ruina montium no emplea
este elemento como fuerza erosiva o explosiva por golpe hidráulico para romper
los frentes de mina, si no que únicamente la utiliza en el lavado final de los
materiales finos. Aunque la explotación de Ribela cuenta con accesos o
“canales” practicados en dos o quizás tres lugares (ya que hay un camino
reciente que se adentra en el lugar y parece aprovechar una vía ya existente)
debemos apreciar estos elementos como espacios de entrada y salida de la mina o
como drenajes pluviales para evitar el eventual encharcamiento del complejo
minero pero no como parte de una red hidráulica que condicionaría la técnica de
trabajo. La presencia del Embalse de Velle altera la percepción del conjunto al
mismo tiempo que oculta las posibles zonas de procesado del mineral, que
razonablemente se localizarían a orillas del Miño y por lo tanto al sur del
promontorio excavado
De los datos ofrecidos hasta ahora se
deduce que la estructura y morfología de la mina de O Ludeiro es muy sencilla,
cuenta básicamente con un socavón, digamos principal, que presenta en algunas
zonas más de 4 metros de desnivel con relación a la cota más elevada que se
puede apreciar en este momento. No obstante el perfil alomado del promontorio
indica un rebaje de mayor entidad que quizás podría incluso doblar la altura
conservada, constituyendo en origen un depósito de material procesable que no
sería inferior a los 100.000 metros cúbicos.
En general la conservación del
yacimiento es muy buena ya que como se ha observado en otras minas de este tipo
las áreas explotadas resultan inútiles para cualquier aprovechamiento agrícola
al carecer de tierra fértil, que ha sido eliminada por las labores mineras, y
abundar en piedras como resultado del proceso de selección de las tierras y
arenas susceptibles de aprovechamiento. De modo que al perfil irregular que
muestra el terreno se une una potente concentración de cantos rodados que puede
alcanzar incluso varios metros de espesor.
Gran parte de la explotación está
actualmente atravesada por una ruta de senderismo, que la cruza justo por el
centro, configurando un espacio en el que crecen de forma espontánea árboles y
arbustos.
Al afinar su cronología se carece de
referencias fiables sobre el poblamiento romano en el área más próxima, por lo
cual y basándose en otras explotaciones tenemos que referenciar esta
explotación minera entre los amplios márgenes que se consideran habitualmente
para el mundo galaico-romano pleno, es decir entre los siglos I al IV.
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